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esta informacio de una pagina de google,,lamentablemte no conosco la pagina)
La
relación entre Helena Citrónová y Franz Wunsch es uno de los episodios
más
extraordinarios de la historia de Auschwitz. Helena llegó a
Auschwitz
en marzo de 1942 en uno de los primeros transportes
enviados
desde Eslovaquia. Su experiencia inicial en el campo no
fue nada
fuera de lo común: una historia de hambre y abusos físi-
cos.
Durante los primeros meses trabajó en un comando exterior
demoliendo
edificios y cargando escombros. Dormía sobre paja in-
festada
de pulgas y miraba aterrorizada cómo las demás mujeres que
la
rodeaban comenzaban a abandonar toda esperanza y a morir.
Una de
sus mejores amigas fue la primera que perdió la vida. Ella,
cuenta
Helena, «vio todo lo que la rodeaba» y dijo: «no quiero vi-
vir un
minuto más». A continuación la joven comenzó a gritar de
manera
histérica y entonces los SS se la llevaron y la mataron.
Helena
comprendió —al igual que otros— que para sobrevi-
vir
necesitaba encontrar trabajo en un comando físicamente menos exigente.
Otra
mujer eslovaca a quien Helena conocía se encontra-
ba en ese
momento trabajando en el «Canadá» y le sugirió una for-
ma de
entrar allí: si Helena estaba dispuesta a ponerse la pañoleta
blanca y
el vestido a rayas de una de las trabajadoras del comando
«Canadá»
que acababa de morir, podría unírseles y trabajar al día
siguiente
dentro de los barracones donde se clasificaba la ropa. La
muchacha
hizo exactamente lo que su amiga le aconsejó, pero por
desgracia
la Kapo advirtió que ella era una «infiltrada» y le aseguró
que al
regresar al campo principal sería trasladada al Comando Pe-
nal.
Helena sabía que ello equivalía a una sentencia de muerte:
«Pero no
me importó, porque pensé: "Bueno, al menos pasaré un
día bajo
techo"».
Sin
embargo, el primer (y potencialmente último) día de He-
lena en
el «Canadá» coincidió con el cumpleaños de uno de los
hombres
de la SS encargados de supervisar el trabajo en el barra-
cón de
clasificación. Ese hombre era Franz Wunsch. «Durante la
hora de
la comida —cuenta Helena—, ella [la Kapo] nos pregun-
tó si
alguna de nosotras sabía cantar o recitar algo bonito, pues ese
día era
el cumpleaños del hombre de la SS. Una muchacha griega,
llamada
Olga, dijo que ella sabía bailar, y que podía bailar sobre
una de
las grandes mesas donde doblábamos la ropa. Y como yo te-
nía una
voz muy hermosa, la Kapo quiso saber si de verdad podía
cantar en
alemán. Pero yo dije que no, porque no quería cantar allí.
Sin
embargo, me obligaron a hacerlo. Así que canté para Wunsch
con la
cabeza mirando hacia abajo, sin atreverme a mirar su uni-
forme. Yo
lloraba mientras cantaba y de repente, al terminar la can-
ción, lo
escuché decir "Bitte". En voz baja, me pidió que volviera a
cantar
... Y las muchachas decían: "Canta, canta, tal vez así te deje
quedarte
aquí". Y entonces volví a cantar la misma canción, una
canción
alemana que había aprendido [en la escuela]. Fue así como
él se
fijó en mí, y a partir de ese momento, creo, se enamoró. Eso
fué lo
que me salvó.»
Wunsch
solicitó a la Kapo que se asegurara de que la mucha-
cha que
acababa de cantar para él de forma tan memorable regresara
al día
siguiente a trabajar en el «Canadá», y con esta petición
le salvó
la vida a Helena, quien se libró de ir al Comando Penal y
se
convirtió en trabajadora fija del centro de clasificación. No obs-
tante,
mientras Wunsch la miraba con dulzura desde su primer
encuentro,
al principio Helena lo «odiaba». Ella había oído que él
podía ser
violento, pues otras internas le habían contado el rumor
de que
había matado a un prisionero que se dedicaba al contra-
bando.
Sin embargo, con el paso de los días y las semanas, Helena
observó
que él continuaba tratándola con amabilidad. Y cuando
Wunsch
tuvo una licencia se las arregló para enviarle cajas de «ga-
lletas»,
que le eran entregadas utilizando como intermediario a un
pipel
(los jovencitos que trabajaban como criados de los Kapos). Y
a su
regreso, Wunsch empezó a hacer algo aún más atrevido: en-
viarle notas.
«Cuando volvió al barracón donde trabajábamos pasó
a mi lado
y me lanzó una nota y yo tuve que destruirla enseguida,
pero
alcance a ver que decía: "Amor. Estoy enamorado de ti". Me
sentí
miserable. Pensé que prefería estar muerta a estar con al-
guien de
la SS.»
Sin
embargo, con el tiempo Helena empezó a entender que,
por
increíble que le pareciera en un primer momento, podía con-
tar con
Wunsch. Conocer lo que Wunsch sentía por ella le daba
cierta
«sensación de seguridad. Yo pensaba: "Esta persona no per-
mitirá
que me pase nada"». Esta emoción se haría más compleja el
día que
se enteró, gracias a una compañera eslovaca, de que habían
visto a
su hermana Rózinka y sus dos hijos en el campo y, peor
aún, que
los habían llevado al crematorio. Helena escuchó estas
devastadoras
noticias después del trabajo, cuando se encontraba ya
en su
barracón en Birkenau. A pesar del toque de queda, salió de
su bloque
y corrió hasta el crematorio, que estaba más o menos
cerca.
Poco tiempo después, Wunsch fue informado de lo que ella
pretendía
hacer y la alcanzó de camino al crematorio. Lo prime-
ro que
hizo fue gritar a los demás miembros de la SS que ella era
«una
excelente trabajadora en su almacén», y luego la tiró al suelo
y empezó
a golpearla por haber quebrantado el toque de queda, de
modo que
ninguno de los SS que estaban cerca pudiera llegar a
pensar
que existía alguna relación entre ambos. A Wunsch le ha-
bían
dicho que Helena se dirigía al crematorio porque su herma-
na había
sido llevada allí, así que le preguntó: «Rápido, dime e
nombre de
tu hermana antes de que sea demasiado tarde». Hele
na le
dijo que su hermana se llamaba Rózinka y que, según le ha
bían
informado, había llegado con sus dos hijos pequeños. «¡Lo
niños no
pueden vivir aquí!», le dijo él antes de entrar corriendo e
el
crematorio.
Wunsch
consiguió encontrar a Rózinka en el edificio y sacarla
fuera de
allí con la excusa de que era otra de sus trabajadoras.
Sin
embargo, sus dos hijos murieron en la cámara de gas. Wunsch
las
arregló luego para que Rózinka pudiera trabajar junto a Helena
en el
«Canadá». «Mi hermana no podía entender en qué lugar se
hallaba
—sostiene Helena—. Se le dijo que debía trabajar y que sus
hijos
habían sido llevados a un jardín infantil:
la misma
clase de estos edificios estaba el lugar en que vivían los niños. "¿Y puedo
ir a
visitarlos?", quiso saber. Y yo le respondí: "Hay días en que te
dejan
hacerlo".»
Las demás
mujeres que trabajan en el «Canadá» observaron lo
mucho que
estaban afectando a Helena las constantes preguntas de
su
hermana sobre el destino de sus hijos. Así que un día le dijeron
a
Rózinka: «¡Deja de dar la lata! Los niños se han ido. ¿Ves el fue-
go? ¡Es
allí donde queman a los niños!». Rózinka quedó conmo-
cionada.
Se volvió apática y «perdió todo deseo de vivir». Fueron
los
cuidados y la atención constante de Helena los que le permi-
tieron
sobrevivir durante los siguientes meses.
Aunque
destruida emocionalmente tras comprender que sus
hijos
habían sido apartados de su lado para ser asesinados, Rózinka
tenía la
suerte de estar todavía viva. Y, gracias a la protección de su
hermana,
sobrevivió a la guerra. Las demás trabajadoras del «Cana-
dá» las
miraban con sentimientos encontrados. «Mi hermana esta-
ba viva y
las suyas no —dice Helena—. La cuestión era que mi her-
mana
había llegado y que él [Wunsch] había salvado su vida. ¿Por
qué
semejante milagro no les había ocurrido a ellas, que, en cambio,"
habían
perdido todo su mundo, sus hermanos, sus padres, sus her-
manas?
Incluso aquellas que se alegraban por mí no se alegraban
tanto. No
podía compartir lo que sentía con mis amigas. Les tenía
miedo.
Todas sentían envidia, me envidiaban. Una de ellas, una mu-
jer muy
hermosa, me dijo un día: "Si Wunsch me hubiera visto an-
tes que a
ti, se habría enamorado de mí".»
Los
sentimientos de Helena hacia Wunsch cambiaron radi-
calmente
después de que éste salvara la vida de su hermana: «Con
el paso
del tiempo, llegó un momento en que de verdad lo amé.
Arriesgó
su vida [por mí] más de una vez». No obstante, esta re-
lación
nunca llegó a consumarse, a diferencia de lo ocurrido con
otras en
Auschwitz: «Los prisioneros judíos se enamoraban de
toda
clase de mujeres mientras trabajaban. Y de vez en cuando de-
saparecían
en los barracones en los que se doblaba la ropa para
practicar
el sexo allí. Cuando lo hacían tenían a alguien vigilando
de tal
manera que si algún SS se acercaba pudieran ser advertidos.
Yo no
pude porque él [Wunsch] era un SS». Su relación consistió en
miradas,
palabras pronunciadas deprisa y notas garabateadas: «Gi
raba a la
derecha y a la izquierda, y cuando veía que no había na-
die que
pudiera escucharnos, me decía: "Te amo". El me hacía sen-
tir bien
en ese infierno. Me animó. Eran sólo palabras, muestras de
un amor
loco que nunca podría hacerse realidad. Ningún plan ha-
bría
podido hacerse realidad allí. No era realista. Pero había mo-
mentos en
los que me olvidaba de que era judía y de que él no era
judío. De
verdad... y lo amaba. Pero no podía ser real. Allí pasaban
muchas
cosas, amor y muerte, sobre todo muerte». Sin embargo
con el
tiempo «todo Auschwitz» estuvo enterado de los sentimien-
tos de
ambos, y fue entonces inevitable que alguien informara so-
bre
ellos. Si quien lo hizo fue un prisionero o un miembro de la SS
es algo
que no sabremos; pero el hecho, como dice Helena, es que
«alguien
se chivó».
Un día,
mientras se dirigía de regreso al campo después de tra-
bajar,
una Kapo ordenó a Helena apartarse de la fila. Luego fué
trasladada
al bunker de castigo en el Bloque 11. «Todos los días me
sacaban y
me amenazaban diciéndome que si no les contaba que
había
pasado con este soldado de la SS, me matarían en ese mis-
mo
instante. Yo permanecía de pie e insistía en que nada había ocu
rrido.»
Wunsch había sido arrestado al mismo tiempo y, al igual
que
Helena, negó al ser interrogado que existiera cualquier tipo de
relación
entre ambos. Los interrogatorios prosiguieron durante cin-
co días,
tras los cuales los dos fueron liberados. Helena fue poste-
riórmente
«castigada» y obligada a trabajar sola en una sección de le
barracones
del «Canadá», lejos de las demás mujeres, y desde en-
tonces
Wunsch tuvo la precaución de mostrarse más circunspecto
en sus
intercambios con ella. Sin embargo, como veremos en la última parte de esta
historia
Wunsch
siguió protegiendo a Helena y su hermana
hasta que
Auschwitz dejó de existir.
EPÍLOGO
Hacia el
final de la guerra en el campo de Auschwitz se produjo la evacuación.
Vestidos
con las prendas ligeras que los nazis les proporciona-
ban en el
campo, las cuales, evidentemente, no ofrecían protección
adecuada
contra la nieve y el viento glacial del invierno polaco, los
prisioneros
fueron evacuados de Auschwitz y reunidos en la carre-
tera para
comenzar la marcha. En ese momento el SS Franz
Wunsch
tuvo el último gesto hacia la mujer que amaba, la prisio-
nera
judía Helena Citrónová. Mientras Helena, temblando de frío,
esperaba
junto a su hermana Rózinka el inicio de la marcha, cer-
ca de las
puertas del campo, Wunsch le trajo «dos pares de zapatos
calientes:
botas forradas en piel. Todos los demás, pobres, tenían
zuecos
rellenos con periódicos. El ponía realmente en peligro su
vida [al
dárnoslas]». Wunsch le dijo que a él lo enviarían al frente,
pero que
su madre, que vivía en Viena, se ocuparía de ella y de su her-
mana
porque, siendo judías, al final de la guerra no tendrían «nin-
gún lugar
al que ir». El alemán introdujo un pedazo de papel con la
dirección
de su madre en la mano de Helena, pero una vez se hubo
marchado
ésta recordó las palabras de su padre: «No olvides quién
eres». Su
padre le había subrayado que tenía el deber de recordar
—«soy un
judío y tengo que seguir siendo un judío»—, y, en con-
secuencia,
se deshizo de la dirección de la madre de Wunsch.
Nunca más
se volvieron a ver.
[FIN]
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