lunes, 3 de noviembre de 2014

Un Amor Prohibido


(Saque esta informacio de una pagina de google,,lamentablemte no conosco la pagina)

La relación entre Helena Citrónová y Franz Wunsch es uno de los episodios
más extraordinarios de la historia de Auschwitz. Helena llegó a
Auschwitz en marzo de 1942 en uno de los primeros transportes
enviados desde Eslovaquia. Su experiencia inicial en el campo no
fue nada fuera de lo común: una historia de hambre y abusos físi-
cos. Durante los primeros meses trabajó en un comando exterior
demoliendo edificios y cargando escombros. Dormía sobre paja in-
festada de pulgas y miraba aterrorizada cómo las demás mujeres que
la rodeaban comenzaban a abandonar toda esperanza y a morir.
Una de sus mejores amigas fue la primera que perdió la vida. Ella,
cuenta Helena, «vio todo lo que la rodeaba» y dijo: «no quiero vi-
vir un minuto más». A continuación la joven comenzó a gritar de

manera histérica y entonces los SS se la llevaron y la mataron.

Helena comprendió —al igual que otros— que para sobrevi-
vir necesitaba encontrar trabajo en un comando físicamente menos exigente.
Otra mujer eslovaca a quien Helena conocía se encontra-
ba en ese momento trabajando en el «Canadá» y le sugirió una for-
ma de entrar allí: si Helena estaba dispuesta a ponerse la pañoleta
blanca y el vestido a rayas de una de las trabajadoras del comando
«Canadá» que acababa de morir, podría unírseles y trabajar al día
siguiente dentro de los barracones donde se clasificaba la ropa. La
muchacha hizo exactamente lo que su amiga le aconsejó, pero por
desgracia la Kapo advirtió que ella era una «infiltrada» y le aseguró
que al regresar al campo principal sería trasladada al Comando Pe-
nal. Helena sabía que ello equivalía a una sentencia de muerte:
«Pero no me importó, porque pensé: "Bueno, al menos pasaré un
día bajo techo"».

Sin embargo, el primer (y potencialmente último) día de He-
lena en el «Canadá» coincidió con el cumpleaños de uno de los
hombres de la SS encargados de supervisar el trabajo en el barra-
cón de clasificación. Ese hombre era Franz Wunsch. «Durante la
hora de la comida —cuenta Helena—, ella [la Kapo] nos pregun-
tó si alguna de nosotras sabía cantar o recitar algo bonito, pues ese
día era el cumpleaños del hombre de la SS. Una muchacha griega,
llamada Olga, dijo que ella sabía bailar, y que podía bailar sobre
una de las grandes mesas donde doblábamos la ropa. Y como yo te-
nía una voz muy hermosa, la Kapo quiso saber si de verdad podía
cantar en alemán. Pero yo dije que no, porque no quería cantar allí.
Sin embargo, me obligaron a hacerlo. Así que canté para Wunsch
con la cabeza mirando hacia abajo, sin atreverme a mirar su uni-
forme. Yo lloraba mientras cantaba y de repente, al terminar la can-
ción, lo escuché decir "Bitte". En voz baja, me pidió que volviera a
cantar ... Y las muchachas decían: "Canta, canta, tal vez así te deje
quedarte aquí". Y entonces volví a cantar la misma canción, una
canción alemana que había aprendido [en la escuela]. Fue así como
él se fijó en mí, y a partir de ese momento, creo, se enamoró. Eso
fué lo que me salvó.»

Wunsch solicitó a la Kapo que se asegurara de que la mucha-
cha que acababa de cantar para él de forma tan memorable regresara 
al día siguiente a trabajar en el «Canadá», y con esta petición
le salvó la vida a Helena, quien se libró de ir al Comando Penal y
se convirtió en trabajadora fija del centro de clasificación. No obs-
tante, mientras Wunsch la miraba con dulzura desde su primer
encuentro, al principio Helena lo «odiaba». Ella había oído que él
podía ser violento, pues otras internas le habían contado el rumor
de que había matado a un prisionero que se dedicaba al contra-
bando. Sin embargo, con el paso de los días y las semanas, Helena
observó que él continuaba tratándola con amabilidad. Y cuando
Wunsch tuvo una licencia se las arregló para enviarle cajas de «ga-
lletas», que le eran entregadas utilizando como intermediario a un
pipel (los jovencitos que trabajaban como criados de los Kapos). Y
a su regreso, Wunsch empezó a hacer algo aún más atrevido: en-
viarle notas. «Cuando volvió al barracón donde trabajábamos pasó
a mi lado y me lanzó una nota y yo tuve que destruirla enseguida,
pero alcance a ver que decía: "Amor. Estoy enamorado de ti". Me
sentí miserable. Pensé que prefería estar muerta a estar con al-
guien de la SS.»

Sin embargo, con el tiempo Helena empezó a entender que,
por increíble que le pareciera en un primer momento, podía con-
tar con Wunsch. Conocer lo que Wunsch sentía por ella le daba
cierta «sensación de seguridad. Yo pensaba: "Esta persona no per-
mitirá que me pase nada"». Esta emoción se haría más compleja el
día que se enteró, gracias a una compañera eslovaca, de que habían
visto a su hermana Rózinka y sus dos hijos en el campo y, peor
aún, que los habían llevado al crematorio. Helena escuchó estas
devastadoras noticias después del trabajo, cuando se encontraba ya
en su barracón en Birkenau. A pesar del toque de queda, salió de
su bloque y corrió hasta el crematorio, que estaba más o menos
cerca. Poco tiempo después, Wunsch fue informado de lo que ella
pretendía hacer y la alcanzó de camino al crematorio. Lo prime-
ro que hizo fue gritar a los demás miembros de la SS que ella era
«una excelente trabajadora en su almacén», y luego la tiró al suelo
y empezó a golpearla por haber quebrantado el toque de queda, de
modo que ninguno de los SS que estaban cerca pudiera llegar a
pensar que existía alguna relación entre ambos. A Wunsch le ha-
bían dicho que Helena se dirigía al crematorio porque su herma-
na había sido llevada allí, así que le preguntó: «Rápido, dime e
nombre de tu hermana antes de que sea demasiado tarde». Hele
na le dijo que su hermana se llamaba Rózinka y que, según le ha
bían informado, había llegado con sus dos hijos pequeños. «¡Lo
niños no pueden vivir aquí!», le dijo él antes de entrar corriendo e
el crematorio.

Wunsch consiguió encontrar a Rózinka en el edificio y sacarla
fuera de allí con la excusa de que era otra de sus trabajadoras.
Sin embargo, sus dos hijos murieron en la cámara de gas. Wunsch
las arregló luego para que Rózinka pudiera trabajar junto a Helena
en el «Canadá». «Mi hermana no podía entender en qué lugar se
hallaba —sostiene Helena—. Se le dijo que debía trabajar y que sus
hijos habían sido llevados a un jardín infantil:
la misma clase de estos edificios estaba el lugar en que vivían los niños. "¿Y puedo
ir a visitarlos?", quiso saber. Y yo le respondí: "Hay días en que te
dejan hacerlo".»

Las demás mujeres que trabajan en el «Canadá» observaron lo
mucho que estaban afectando a Helena las constantes preguntas de
su hermana sobre el destino de sus hijos. Así que un día le dijeron
a Rózinka: «¡Deja de dar la lata! Los niños se han ido. ¿Ves el fue-
go? ¡Es allí donde queman a los niños!». Rózinka quedó conmo-
cionada. Se volvió apática y «perdió todo deseo de vivir». Fueron
los cuidados y la atención constante de Helena los que le permi-
tieron sobrevivir durante los siguientes meses.

Aunque destruida emocionalmente tras comprender que sus
hijos habían sido apartados de su lado para ser asesinados, Rózinka
tenía la suerte de estar todavía viva. Y, gracias a la protección de su
hermana, sobrevivió a la guerra. Las demás trabajadoras del «Cana-
dá» las miraban con sentimientos encontrados. «Mi hermana esta-
ba viva y las suyas no —dice Helena—. La cuestión era que mi her-
mana había llegado y que él [Wunsch] había salvado su vida. ¿Por
qué semejante milagro no les había ocurrido a ellas, que, en cambio,"
habían perdido todo su mundo, sus hermanos, sus padres, sus her-
manas? Incluso aquellas que se alegraban por mí no se alegraban
tanto. No podía compartir lo que sentía con mis amigas. Les tenía
miedo. Todas sentían envidia, me envidiaban. Una de ellas, una mu-
jer muy hermosa, me dijo un día: "Si Wunsch me hubiera visto an-
tes que a ti, se habría enamorado de mí".»

Los sentimientos de Helena hacia Wunsch cambiaron radi-
calmente después de que éste salvara la vida de su hermana: «Con
el paso del tiempo, llegó un momento en que de verdad lo amé.
Arriesgó su vida [por mí] más de una vez». No obstante, esta re-
lación nunca llegó a consumarse, a diferencia de lo ocurrido con
otras en Auschwitz: «Los prisioneros judíos se enamoraban de
toda clase de mujeres mientras trabajaban. Y de vez en cuando de-
saparecían en los barracones en los que se doblaba la ropa para
practicar el sexo allí. Cuando lo hacían tenían a alguien vigilando
de tal manera que si algún SS se acercaba pudieran ser advertidos.
Yo no pude porque él [Wunsch] era un SS». Su relación consistió en
miradas, palabras pronunciadas deprisa y notas garabateadas: «Gi
raba a la derecha y a la izquierda, y cuando veía que no había na-
die que pudiera escucharnos, me decía: "Te amo". El me hacía sen-
tir bien en ese infierno. Me animó. Eran sólo palabras, muestras de
un amor loco que nunca podría hacerse realidad. Ningún plan ha-
bría podido hacerse realidad allí. No era realista. Pero había mo-
mentos en los que me olvidaba de que era judía y de que él no era
judío. De verdad... y lo amaba. Pero no podía ser real. Allí pasaban
muchas cosas, amor y muerte, sobre todo muerte». Sin embargo
con el tiempo «todo Auschwitz» estuvo enterado de los sentimien-
tos de ambos, y fue entonces inevitable que alguien informara so-
bre ellos. Si quien lo hizo fue un prisionero o un miembro de la SS
es algo que no sabremos; pero el hecho, como dice Helena, es que
«alguien se chivó».

Un día, mientras se dirigía de regreso al campo después de tra-
bajar, una Kapo ordenó a Helena apartarse de la fila. Luego fué
trasladada al bunker de castigo en el Bloque 11. «Todos los días me
sacaban y me amenazaban diciéndome que si no les contaba que
había pasado con este soldado de la SS, me matarían en ese mis-
mo instante. Yo permanecía de pie e insistía en que nada había ocu
rrido.» Wunsch había sido arrestado al mismo tiempo y, al igual
que Helena, negó al ser interrogado que existiera cualquier tipo de
relación entre ambos. Los interrogatorios prosiguieron durante cin-
co días, tras los cuales los dos fueron liberados. Helena fue poste-
riórmente «castigada» y obligada a trabajar sola en una sección de le
barracones del «Canadá», lejos de las demás mujeres, y desde en-
tonces Wunsch tuvo la precaución de mostrarse más circunspecto
en sus intercambios con ella. Sin embargo, como veremos en la última parte de esta historia
Wunsch siguió protegiendo a Helena y su hermana
hasta que Auschwitz dejó de existir.
EPÍLOGO
Hacia el final de la guerra en el campo de Auschwitz se produjo la evacuación.
Vestidos con las prendas ligeras que los nazis les proporciona-
ban en el campo, las cuales, evidentemente, no ofrecían protección
adecuada contra la nieve y el viento glacial del invierno polaco, los
prisioneros fueron evacuados de Auschwitz y reunidos en la carre-
tera para comenzar la marcha. En ese momento el SS Franz
Wunsch tuvo el último gesto hacia la mujer que amaba, la prisio-
nera judía Helena Citrónová. Mientras Helena, temblando de frío,
esperaba junto a su hermana Rózinka el inicio de la marcha, cer-
ca de las puertas del campo, Wunsch le trajo «dos pares de zapatos
calientes: botas forradas en piel. Todos los demás, pobres, tenían
zuecos rellenos con periódicos. El ponía realmente en peligro su
vida [al dárnoslas]». Wunsch le dijo que a él lo enviarían al frente,
pero que su madre, que vivía en Viena, se ocuparía de ella y de su her-
mana porque, siendo judías, al final de la guerra no tendrían «nin-
gún lugar al que ir». El alemán introdujo un pedazo de papel con la
dirección de su madre en la mano de Helena, pero una vez se hubo
marchado ésta recordó las palabras de su padre: «No olvides quién
eres». Su padre le había subrayado que tenía el deber de recordar
—«soy un judío y tengo que seguir siendo un judío»—, y, en con-
secuencia, se deshizo de la dirección de la madre de Wunsch.
Nunca más se volvieron a ver.
[FIN]



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